Me han pedido que os cuente mi experiencia con Academia Tamargo y, como creo que es justo devolver una parte de todo lo mucho y bueno recibido, voy a intentar hacerlo. Con ello lo que pretendo fundamentalmente es trasladaros muchas ganas, fuerza y, sobre todo, ilusión. Todos sabéis que opositar no es tarea fácil, que fracasar en el intento es doloroso y que levantarse tras la caída es complicado, pero os aseguro que la recompensa final bien merece la pena. Os cuento mi caso y sed vosotros mismos los que saquéis conclusiones. A mediados de 2014, con algo más de 40 años, casi de repente y sin esperarlo, me vi obligado muy a mi pesar a dejar mi trabajo de toda la vida, aquel en el que llevaba los últimos 20 años desarrollando tareas comerciales y administrativas con un contrato indefinido y en el que ya estaba pensando podía llegar a jubilarme. Aún en plena crisis, por fortuna tenía 2 años de paro por delante con una buena base de cotización, con lo que, en principio, eso jugaba a mi favor. Mi primera gran duda entonces fue si buscar otro trabajo en el que me pagasen poquito más que mi prestación de desempleo, probablemente con una base de cotización inferior y teniendo que trabajar 40 horas semanales desplazándome a Dios sabe dónde o acabar una carrera que siempre desee terminar y no había podido hacer por falta de tiempo, aún a sabiendas de que no iba a ser a través de ella cómo iba a encontrar trabajo en el futuro.
El caso es que, tras poner en una balanza pros y contras, pudo más el corazón que la cabeza y decidí volver a coger los libros. A finales de junio de 2016, justamente 2 años después de haber perdido mi trabajo y cuando se acababan mis 24 meses de prestación de desempleo conseguía mi flamante título de grado universitario después de un gran esfuerzo, con muchas horas de estudio y un gran sacrificio detrás. Pero después del éxtasis, los abrazos y felicitaciones surgió una nueva pregunta: “¿Y ahora qué?” Era evidente que tenía que buscar trabajo, pues como decía San Pablo: “el que no trabaje que no coma”, y yo tengo la sana costumbre de hacerlo 3 veces al día. Además, ya puestos a pedir, también quería me diese la tranquilidad de saber que sería para muchos años, a ser posible hasta mi jubilación. Tras darle varios días vueltas a la cabeza, navegar por mil páginas de empleo, visitar el SEPE y buscar ofertas de trabajo en prensa llegué a la conclusión de que a mi edad, por muy bueno que fuese en mi trabajo, salvo un golpe de suerte, tal vez sólo podría encontrar trabajos temporales en el mejor de los casos. Y fue justo en ese instante cuando tuve claro que en el único sitio donde podría competir con otros en igualdad de condiciones era en una oposición. Allí no hay otro límite de edad que no sean los 18 y los 65 años y la capacidad intelectual de tus rivales.
Así, pues, yo que me las prometía muy felices pensando en que no iba a volver a coger otro libro que no fuese por el placer de la simple lectura me di cuenta que realmente estaba en el comienzo de un nuevo y complicado reto. A comienzos del otoño de 2016, después de darme el verano de descanso y tras encontrar trabajo temporal como teleoperador de una comercializadora energética de 15 a 21 horas de lunes a viernes, me propuse visitar varias academias en Oviedo para comenzar a preparar oposiciones en una de ellas. Por curiosidad, decidí comenzar por a una de las charlas informativas que daban en la Academia Tamargo de Oviedo. Allí conocí a Carmen. ¡¡¡Bendita mujer!!! En media hora, con aquella claridad de exposición que tiene me abrió los ojos de tal manera que cuando salí por la puerta recuerdo que le dije dos cosas: “Apúntame, Carmen, me quedo con vosotros” y “Yo voy a ser funcionario”. A día de hoy estoy convencido que sin duda aquella charla fue el comienzo de un bonito final. A partir de ese momento mi vida se convirtió únicamente en trabajo, estudio y algo de ocio los fines de semana. De lunes a viernes, me levantaba temprano y después del desayuno me enfrascaba en el estudio o iba a la academia hasta la hora de la comida.
Tras ella, a la carrera rumbo al trabajo, y de regreso y tras la cena, nuevamente a estudiar hasta pasada la medianoche. Mi objetivo era conseguir, al menos, entre 25 y 30 horas de estudio a la semana, pues como había dicho Carmen “la constancia da sus frutos”. Los fines de semana los aprovechaba para cambiar el chip, hacer deporte y quedar con los amigos o la familia. Recuerdo que poco a poco y durante todos esos meses fueron abriéndose convocatorias para formar bolsas de empleo en distintos ayuntamientos (Carreño, Siero, Candamo, Ribadesella,…), la Empresa Municipal de Aguas de Gijón, la Fundación Municipal de Cultura de Gijón u oposiciones propiamente dichas, fundamentalmente a través de concurso-oposición, en la Universidad de Oviedo, el Principado de Asturias o el SESPA.
Allí, al pie del cañón, estaba yo en todas ellas las hubiera preparado o no, pues lo único que perdía era el coste de la inscripción. Además, había un temario común que poco a poco iba dominando cada día mejor y cuyo resultado empezaba ya a dar sus frutos pasando el corte y quedando incluso en algunas bolsas bien colocado. Una mañana de un viernes de mediados de junio de 2018, una llamada de un número largo interrumpió mi estudio a media mañana. “Juan Antonio Fernández”. “Sí, dígame”. “¿Le interesaría comenzar a trabajar en el SESPA?” “Disculpe… ¿Qué?… ¿Cómo dice…?” “¿Qué si le interesaría comenzar a trabajar el próximo lunes en el SESPA?” No me lo podía creer, allí estaba aquella llamada de la que había oído hablar a otros llamándome a mí para ofrecerme un contrato para cubrir vacaciones de verano en el SESPA, concretamente en la Central de Emergencias del SAMU. No lo pensé dos veces y le contesté con un “sí” tan grande como una catedral.
Desde ese instante y hasta hoy han pasado algo más de 3 años en los que no he dejado de trabajar en un sitio en el que, si me sobrase el dinero, pagaría por hacerlo. Es un trabajo intenso, dinámico, sorprendente, en el que cada día te sientes útil cada llamada que atiendes y en el que sabes que tu trabajo puede salvar una vida. En definitiva, un trabajo en el que yo personalmente me siento totalmente realizado y por el que, además, me pagan sueldo digno. Llegar hasta aquí no hubiera sido posible sin dos cosas: la primera, sin duda, la constancia en alcanzar el objetivo que me propuse y, la segunda, casi tan importante como la primera, el nivel de los profesores de la academia. Nombrarles a todos es correr el riesgo de olvidarme de alguno de ellos y sería pecado por mi parte, pero, os garantizo que cada uno de ellos pone lo mejor de sí mismo para que sus alumnos alcancen su objetivo: temarios actualizados, explicaciones detalladas, aclaraciones de dudas permanentes, test para aburrir, simulacros de examen…, en definitiva, todo lo que un opositor necesita para competir con garantías de éxito en busca de un puesto de trabajo. Por tanto y ya concluyo, disculpadme si me he alargado en exceso, opositar es un reto y alcanzar la meta no es fácil, pero os aseguro que tampoco es imposible. La inmensa mayoría de los compañeros con los que compartí clases durante el tiempo que estuve en la academia están a día de hoy trabajando para una Administración Pública con plaza en propiedad o como interinos. Si muchos de ellos tenían ya por encima de los 30 ó 40 años, compaginando estudios y trabajo y siendo madres con niños pequeños o con otras cargas familiares fueron capaces de conseguirlo, sólo es cuestión de proponérselo.
Así, pues, como os decía al principio: ánimo, fuerza, ilusión, una pizca de suerte y… ¡¡¡a por ello!!!
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